La onda expansiva de la crisis afectó a la creencia de la gente en el sistema y a
su confianza en las instituciones políticas, económicas, financieras o
mediáticas. Estas últimas, se empeñan cada día en demostrarlo.
Cada vez que los
medios de comunicación convencionales: la prensa escrita en papel, las grandes
cadenas de televisión y de radio, traslucen una posición ante una consulta partidaria,
el resultado final es el contrario. Ya sea porque los medios han manifestado
simpatía por un político frente a otros, ya porque han vaticinado la victoria
del que ha salido derrotado, o más sutilmente, porque han hecho ver una
aparente igualdad entre dos candidaturas, que la realidad ha desmentido de
forma rotunda. En esos casos ha salido triunfante la posición que disgustaba a
los medios o que no esperaban. Esto no
ocurre sólo en España, sino en los países desarrollados, los mismos que se
vieron afectados por la crisis y que han dejado un reguero de víctimas inocentes. Y no ha
ocurrido siempre, sino desde que la sociedad salda cuentas con la crisis, sus responsables
y la forma en que han pretendido
resolverla.
Ahora ha vuelto a ocurrir con las votaciones en Podemos. En
el debate sobre lo que debía ser el nuevo partido, los medios convencionales
traslucieron que se inclinaban en general por una posición. Y ha vuelto a
ocurrir: ha salido lo contrario. Incluso la aparente igualdad de fuerzas de las dos posiciones, la de Pablo
Iglesias e Íñigo Errejón, lo era para los medios de comunicación
convencionales, no para los votantes de Podemos, a la luz de los resultados.
El error de cálculo, o el contar las cosas de modo diferente de
como el tiempo demuestra que son, ha sucedido ya demasiadas veces: ocurrió con
el Brexit. En la misma Gran Bretaña
había sucedido ya antes con las primarias para elegir líder del partido
laborista en 2015: ganó el candidato odiado por el establishment del partido y
del país. Utilizo el término en inglés…no sé por qué…cuando existe esta expresión
en castellano: clase dirigente…o si se quiere emplear una sola palabra,
casta. Pues bien, ganó Jeremy Corbyn, el diputado laborista que
se había opuesto a decisiones derechistas de su partido. Contó con la abierta hostilidad de los medios de comunicación
convencionales y una mayoría de los diputados laboristas le obligó a
dimitir. Volvió a presentarse a las primarias, y de nuevo ganó, con mayor
porcentaje de votos aún.
Hace pocas semanas ha ocurrido de nuevo en Francia: El ex
primer ministro socialista, Manuel Valls,
brazo ejecutor de la reformas neoliberales de Hollande, se presentó a las
primarias, contaba con el apoyo del aparato del partido y fue señalado como favorito por la prensa. Cayó derrotado por el
candidato más izquierdista, el ex ministro de educación, que había dimitido al oponerse
a la reforma laboral.
Incluso en Italia, Mateo
Renzi, perdió el referéndum para reformar la constitución, pese a que era
señalado por los medios de comunicación como el gobernante que necesita su país.
Cuando se dice esto, en general se puede traducir como el hombre querido por
los poderes dominantes. A los gobernantes les ayuda estar a bien con ellos. Antes
era una distinción favorecedora. Ahora es un lastre.
También nos podemos remitir al referéndum en Grecia sobre las
condiciones que imponía la Unión Europea. Los días previos a la consulta, las posiciones del no y el sí parecían muy
igualadas en el relato de los medios de comunicación. Tal igualdad era un
cuento. El no ganó por 22 puntos de diferencia, aunque las autoridades europeas
no respetaran luego el resultado y el país lo haya pagado al ser sometido a un
protectorado de hecho.
Pero el caso más asombroso ha sido el de la elección de Trump como presidente de
Estados Unidos. Los lectores de prensa, los oyentes de radio o espectadores de
televisión españoles debieron de quedar, no sólo alarmados por la llegada de un
fascista al puesto más poderoso del mundo, sino también pasmados, a la vista de lo que les habían
contado. La asimetría entre lo que
sucedía en Estados Unidos en el mes previo a la elección y lo que contaban los
medios ha superado cualquier otro caso. Al menos visto desde la prensa
española. “Trump contra las cuerdas tras sus comentarios sexistas”, titulaba El
Mundo el 9 de octubre. “Trump contra las cuerdas por obsceno”, escribía El
Periódico en un calco de titulares cada vez más frecuente en la prensa española
(cada día los medios convencionales se parecen más). “Crece la presión en EEUU
para que Trump abandone”, decía El País en su portada, para apostillar 8 días
después “Las denuncias de acoso sexual
destrozan la campaña de Trump”. Y un día más tarde, creía tenerlo ya
claro: “Las mujeres cierran el paso de Trump a la Casa Blanca”. No es que Trump
no sea un obsceno, un acosador sexual, es que la sociedad norteamericana no le
había abandonado por ello. Estados Unidos afrontaba el pasado noviembre una
elección crucial, en medio de un divorcio nunca visto entre los ciudadanos y la
clase dirigente de aquel país, y la solución para hacer frente a semejante
crisis social y política y evitar el triunfo de un fascista peligroso se
resolvía con acusaciones a Trump de
agresor sexual y machista. Nunca un riesgo histórico para la humanidad se había
resuelto de manera tan fácil. ¡Si hubieran tenido esa “arma letal” los
demócratas alemanes en 1932, habrían evitado el acceso al poder de Hitler! Lo
cierto es que el 53 por ciento de las mujeres blancas votaron a Trump, en lugar
de a Clinton. Y es que el problema era que las clases medias norteamericanas (compuestas por hombres y
mujeres) se habían empobrecido en el país más rico del mundo y atribuyen su
desgracia a la clase dirigente, ya sean hombres o mujeres.
Esta falta de sintonía con la realidad hace pensar que el
criterio en los medios de comunicación no se marca desde aquí, sino desde la
Luna y más en concreto desde su cara oculta, en la que nunca se ve nuestro planeta.
Desde la crisis
desatada en 2008 el mundo desarrollado, ha cambiado. Entonces se rompió en mil pedazos el
“tinglado de la antigua farsa” que consistía en pagar escasamente a los
asalariados, pero prestarles dinero para que gastasen, satisfacer sus deseos y
asegurar la producción y el crecimiento económico. Y sobre todo garantizar el
enriquecimiento de una minoría. La onda expansiva afectó a la creencia de la
gente en el sistema y a su confianza en las instituciones políticas,
económicas, financieras o mediáticas, cuya valoración está por los suelos,
según las encuestas
No percibirlo, nos instala en la cara oculta de la Luna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario