El
principio neoliberal de la austeridad y el ajuste no logra impulsar
la economía. La razón es simple. Los ciudadanos que deben pagar la
crisis son al mismo tiempo los consumidores que dan de comer a las
empresas y los contribuyentes que alimentan el Estado.
“...los
juicios éticos muestran una fuerte tendencia a adecuarse a lo que a
los ciudadanos influyentes les resulta agradable creer”.
John
Kenneth Galbraith Historia de la economía
El
Pleno del Congreso de los Diputados del 11 de junio completó un
círculo que empezó a trazarse sólo un mes y dos días antes, el
sábado del rescate. La rúbrica quedó plasmada el pasado sábado en
el Boletín Oficial del Estado. Si cada decreto-ley estuviese
encabezado con un título que de verdad resumiese el contenido del
mismo, el del sábado no sería “Real
Decreto-ley 20/2012, de 13 de julio, de medidas para garantizar la
estabilidad presupuestaria y de fomento de la competitividad”. Yo,
como periodista hubiera empleado la frase más definitoria del pleno
del Congreso de los Diputados que presenció el ajuste: “Que se
jodan”. No trato con ello de unirme a clamor de reprobación por
la escandalosa frase de la diputada del PP, Andrea Fabra. Cada uno es
libre de mostrar en público lo más indigno de sí mismo. Recurro a
esas tres palabras porque encierran de la forma más concisa el
sentido político y sobre todo económico de lo que estamos viviendo.
De
lo que se trata es de resolver de una vez por todas el debate de
quién paga la crisis, si los poseedores de las riquezas propias y al
mismo tiempo administradores de las riquezas ajenas o los
asalariados, pequeños empresarios y autónomos. Ni que decir
tiene que esa tres palabras dejan claro que lo tienen que pagar estos
últimos.
Es
el sentido final de los ajustes y más ajustes que se vienen
imponiendo paulatinamente a Europa desde mayo de 2010.
Durante
30 años el mundo económico y político ha estado gobernado por lo
que se llaman principios neoliberales, tanto es así que adquirieron
el nombre de “pensamiento único”. Accedieron al poder con la
llamada “Revolución Conservadora”. ¿En qué consistió?
Básicamente en el desprecio al Estado como impulsor y regulador de
la actividad económica. Un Estado fuerte que recaudaba muchos
impuestos, pero progresivos, esto es, debían pagar más los que más
ganaban, para equilibrar la riqueza y conseguir dinero con el que
mantener el Estado de Bienestar. Un Estado que regulaba y limitaba
las operaciones financieras, porque en la crisis de 1929, que arruinó
al mundo, se había demostrado que sin esa regulación estricta se
caía en la especulación incontrolada.
El
neoliberalismo pasó a ocupar todos los puestos del poder público,
todos los centros de investigación y análisis económico. Y la
mayoría de los puestos del mundo intelectual. De ahí la expresión
“pensamiento único”. Se educó a la población con esos
principios con el mismo ahínco con el que la Iglesia convirtió a
pueblos enteros a su credo. Se
arrinconaron las formas anteriores de gobernar la economía pública.
Hasta la socialdemocracia aceptó como inevitable esa nueva forma de
entender la vida económica, opuesta radicalmente a sus principios.
Sólo a cambio de que se mantuviera el Estado de Bienestar.
El neoliberalismo
aportó un truco. La operaciones financieras, llevadas al máximo de
la especulación, podían hacer que el dinero se multiplicase como el
alimento en el milagro de los panes y los peces. Producir más,
la base de toda riqueza, no era suficiente. La compra-venta incesante
de acciones en bolsa, de títulos de deuda, incluso de títulos de
petróleo o alimentos, sin que tuvieran detrás petróleo, ni
alimentos, multiplicaron esa riqueza especulativa, de la que se
enriquecieron muchos. Es lo que se llama financiarización de la
economía. Con ser injusto y peligroso, eso no fue lo más grave.
Lo peor es que se ofreció a empresas y ciudadanos ese dinero como
préstamo para que gastaran. Dinero conseguido “milagrosamente”
de la especulación. El bienestar social ya no se basaba en la
redistribución de la riqueza por el Estado. Este comenzó a
recortar impuestos, que aportaban proporcionalmente más los ricos.
Fueron por tanto, los que más ganaban los que se beneficiaron. En
España esto llegó más tarde, como casi todo, pero llegó. Todo
esto saltó por los aires cuando se hizo insostenible esa forma tan
“ingeniosa” de inventar la riqueza. El resto es sobradamente
conocido.
Ahora
tras el desconcierto la receta es recomponer la situación a favor de
los poseedores
de las riquezas propias y administradores de las riquezas ajenas.
Si se hacen sacrificios se
restablecerá el orden...económico.
Para ello, “no queda otro remedio” que recortar el Estado de
Bienestar y los derechos que han contribuido a un cierto equilibrio
entre ricos y asalariados.
Repasemos
como encajan las últimas medidas de ajuste en esta recomposición.
La
subida del IVA.
El impuesto que las autoridades europeas aconsejan, o mejor, imponen
que se aplique. Se
trata del impuesto más regresivo. Es decir pagan menos los que más
tienen y pagan más los que menos tienen.
Veamos un ejemplo. Dos personas. Una gana 3.000 euros al mes. Otra
1.000. Las dos van a una tienda y compran cada una un ordenador, por
el que pagan 500 euros. Además, cada una deberá abonar un IVA de
105 euros. La primera, la que gana 3.000 euros, habrá tributado el
3,5 por ciento de su salario. La segunda, la que gana tan sólo 1.000
euros, tributará en cambio el 10,5 por ciento. El
más pobre habrá abonado tres veces más de impuesto que el rico en
relación a su capacidad de pago.
Los
recortes en la prestación por desempleo.
Un argumento neoliberal es que si el parado recibe una escasa ayuda o
incluso no la recibe, se animará más a buscar empleo. Desconozco
cual es la disposición anímica de cada parado en tales
circunstancias, supongo que no muy elevada. Pero la falacia es
fácilmente desmontable. En
España hay un millón setecientos mil parados que no reciben
prestación alguna. Y eso no evita que el paro siga aumentando.
Rebaja
de sueldo y aumento de horas a los empleados públicos. Se
argumenta que su productividad es baja, sin embargo, en nuestro país
hay un empleado público por cada 16 personas. En Alemania, espejo de
todos los espejos, un empleado público lo es por cada 13, algo
parecido a Estados Unidos. Eso significa que aquí su productividad
es mayor.
Son
sólo algunos ejemplos del último envite. Y volvemos al comienzo. El
principio neoliberal de la multiplicación de los panes y los peces
por la vía de la especulación impulsó el crecimiento, pero lo hizo
de forma ficticia. Ahora, el principio neoliberal de la austeridad y
el ajuste ni siquiera logra ese impulso. La razón es simple. Los
ciudadanos que deben pagar la crisis son al mismo tiempo los
consumidores que dan de comer a las empresas y los contribuyentes que
alimentan el Estado.