La indiferencia de los mercados, los
tópicos para explicar el lógico desapego de los ciudadanos, la banalidad como
respuesta al desastre, la adhesión a la sorpresa electoral o búsqueda atropellada de tesis
descalificadoras de la misma, componen el mosaico de estampas de una semana
postelectoral
Una.
La bolsa va a su bola.
Ningún indicador como la
bolsa ha reflejado de manera más fría lo que para la economía han sido las
elecciones al Parlamento Europeo. Tras el revuelo político ocurrido la Unión
Europea en estos comicios, la bolsa amaneció el lunes con subidas que se fueron
haciendo más pronunciadas según transcurría la jornada y así siguió el resto de
la semana. El primer ministro francés había llamado terremoto a lo sucedido en
los comicios, en el Reino Unido los conservadores en el gobierno se habían hundido, mientras triunfaba la
opción de sacar a Gran Bretaña de la Unión Europea. Merkel había perdido 6
puntos respecto a la anterior consulta. En Grecia había ganado el partido que
está dispuesto a decir no a la Troika. Y en España los dos partidos que han
dominado de manera total la gobernación del país no llegaban al 50 por ciento.
¿Por qué la bolsa no
reaccionó a esto con preocupación cómo los gobernantes europeos? No lo sé. Pero
sólo encuentro una explicación coherente: a los que deciden comprar y vender
cantidades masivas de acciones en bolsa les da igual quien esté en el Gobierno.
La experiencia les ha dicho que en realidad los que mandan son los mercados.
Los gobiernos se someten a su voluntad. La
impasibilidad de la bolsa es la muestra más palpable de lo bajo que ha caído la
democracia, es decir la acción política decidida por los ciudadanos.
Dos.
Un esfuerzo de pedagogía.
El Partido Popular puede
haber encontrando ya la solución a la pérdida de 18 puntos en los comicios
europeos: “recuperar crédito electoral, ahora que la estabilidad está
garantizada, para avanzar en el camino de la recuperación económica” y que el
partido “no se detenga un minuto, que retome la iniciativa política y que haga
un esfuerzo de pedagogía explicativa
a los ciudadanos”. ¿Es Rajoy el que lo ha dicho? No. ¿Es Cospedal tras la
reunión de la ejecutiva del PP el pasado lunes? Tampoco. Es lo que un periódico
recogió de lo dicho por Zapatero en octubre de 2010, cinco meses después de que
en mayo inaugurase, por orden de la Unión Europea, la etapa de la austeridad.
Un año antes de que eso supusiese el hundimiento para su partido. Cospedal dijo algo muy parecido el lunes
pasado: pidió “un esfuerzo de pedagogía,
de comunicación, más intenso”. Lo de más intenso debía ser porque Rajoy ya
había pedido a los suyos en junio del año pasado “un esfuerzo de pedagogía para explicarlas –las reformas- a los
ciudadanos”. De este juego de cubiletes parece entenderse que el problema es no
haber sabido explicar a los ciudadanos que si les despiden las empresas con más
facilidad y menos indemnización es por su bien o que si ahora les pueden bajar
el sueldo más fácilmente es en su beneficio. Lo que falta es explicarlo.
Tres.
¿Congreso abierto…cerrado?
Del debate entre los
socialistas sobre su hundimiento no sé qué decir. Mientras escribo esto llevo
un rato dándole vueltas…y no hay manera. Lo mejor que encuentro para entrar en
materia es esa frase de Rubalcaba de que “la gente lo está pasando muy mal y
hay gente de que se acuerda de que esto empezó cuando estábamos en el
gobierno”. Reflexión que debería llevar a tener paciencia y esperar a que a la
gente se le olvide. También he escuchado eso de que “hay que abrirse a la sociedad”,
Es el argumento que emplean algunos para situar ese apasionante debate de si debe haber primarias
antes de un Congreso, para pasar después a si la secretaria o secretario
general debe ser elegido o elegida por los militantes o por los delegados. Es
un asunto que a los ciudadanos “que lo están pasado muy mal” les apasiona.
Sobre todo por la vacuidad del debate, con propuestas tan manidas como “abrirse a la sociedad”. Se puede hacer
la prueba, buscar en Internet y
encontrar que esa obviedad la propugnan instituciones tan variopintas como el
PP, la Diócesis de Segorbe-Castellón, Izquierda Unida, los Servicios de Defensa
e Inteligencia del Estado, la Confederación de Empresarios de Zaragoza, el
Tribunal de las Aguas de Valencia o una logia masónica. Así como el PSOE,
naturalmente.
Cuatro.
¿Dónde estaba el 15 M?
Más de un millón doscientas mil personas llevan desde
el domingo 25 hasta ahora reconociéndose autores de la sorpresa electoral. Pero
llama más la atención la reacción del
resto. El carácter secreto del voto hace imposible sacar más conclusiones, pero
se escuchan comentarios de muchos otros atribuyéndose parte del éxito de
Podemos sin que posiblemente les hayan votado. Otros llevan siete días
elaborando a marchas forzadas sus tesis descalificatorias contra la formación
que se ha pasado de la raya, consiguiendo cinco escaños, parece que sin permiso
alguno. La acusación de que su dirigente, Pablo Iglesias, se ha aprovechado de
su capacidad para hablar en televisión parece un sarcasmo, cuando las dos
fuerzas mayoritarias se pasaron la campaña electoral ocupando espacios de
televisión, radio y periódicos empleando tópicos y diciendo simplezas que a la
gente les traen sin cuidado: ¿Quién se acuerda ahora del enfrentamiento entre
un candidato machista y una candidata justamente ofendida? Pues fue ese el eje
de la campaña electoral, aunque a estas alturas nos parezca increíble, en un
país donde “la gente lo está pasando muy mal” y no por una catástrofe natural,
sino por la acción del hombre, de los hombres que gobiernan.
Cinco.
No lo vimos.
En la última estampa se
plasma al retratista. Creo que las elecciones europeas eran una herramienta
útil para conocer el poder de penetración de los medios de comunicación
profesionales, frente a la multiplicidad de medios dispersos alternativos que
han aflorado al calor de Internet. El resultado de la evaluación no hace falta
ni mencionarlo. No me refiero sólo a las redes sociales, sino a mucho más que
eso: blogs, televisiones artesanas, periódicos alternativos y demás. Tampoco
hablo aquí de la dicotomía entre medios convencionales (papel, televisión,
radio) y digitales. A estas alturas el periodismo dispone claramente de más
capacidad digital que cualquier bloguero, trabaja en las redes sociales y
estudia profusamente la manera de sacar el mayor partido posible a esos nuevos
instrumentos, aunque aún les falte mucho para completar su transformación. Pero
hay algo por encima de esto: el contenido que transmiten esos instrumentos, la
sensibilidad para captar las preocupaciones sociales, el razonamiento crítico
para explicar lo que pasa. Según el escritor vienés Stefan Zweig “obedeciendo una ley irrevocable, la historia
niega a los contemporáneos la posibilidad de conocer en sus inicios los grandes
movimientos que determinan su época”. Parece
que en estos momentos nos está negando no sólo conocer los grandes, sino también
los más pequeños movimientos.
El País de hoy hace un perfil del votante de Podemos. Yo sobrepaso ligeramente la edad de los electores, entre 35 y 54 años. Mi hijo, de 18, se estrenó votando también a Podemos; tampoco encaja en el perfil. Y no hemos visto jamás en la TV a Pablo Iglesias; simplemente leímos el resumen de su programa en la propaganda electoral y nos convenció. A quien sí vimos fue a los candidatos de los otros partidos y también nos convencieron: Nos convencieron de que jamás podríamos fiarnos de ellos.
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