La política económica no es
aséptica, como toda política responde a una contraposición de
intereses. Con la crisis, lo que obtiene el conjunto de los
asalariados ha disminuido. Y el conjunto de las empresas se ha
aprovechado de la pérdida de empleo.
“...el
aserto de que la falta de ocupación que caracteriza una depresión
se debe a la negativa de los obreros a aceptar una rebaja en el
salario nominal, no se apoya en hechos.”
John M. Keynes
Teoría general de la ocupación el
interés y el dinero.
A
principios de octubre escuché en la radio, en la Cadena SER, un
testimonio del presidente de la patronal, la CEOE, Joan Rosell, que
me dió que pensar. La frase era por lo demás bien simple:
“Cualquier mensaje de cualquiera de las administraciones españolas,
ya sea local, ya sea autonómica o ya sea estatal que diga que vamos
a cumplir, que nos vamos a
dejar la vida para cumplir
el objetivo de déficit, yo creo que es bueno”.
No
lo saco a colación para hablar del objetivo de déficit. Ni del
ajuste que implica. A estas alturas parece ya bastante evidente que
el recorte del gasto público en plena crisis no lleva sino a la
depresión de la economía y por consiguiente a la reducción de los
ingresos públicos: el conjunto de la sociedad gana menos, gasta
menos y por tanto paga menos impuestos. Recordemos que esto, que todo
el mundo entiende ahora como una obviedad, no fue siquiera
considerado por los analistas, economistas o líderes de opinión que
defendieron los ajustes a partir de 2010 como algo no sólo
inevitable, sino además como un signo de arrojo que había dado por
fin con el camino adecuado para la salir de la crisis. Pese a quien
pese o, me cueste lo que me cueste.
¿Y
a qué ese interés por dejarse la vida, al que aludía el presidente
de los empresarios? ¿Merece la pena ese sacrificio? ¿Cuál es su
objeto?
La
política económica no es aséptica, como toda política responde a
una contraposición de intereses. Y la aplicada en estos tiempos
puede valorarse en función de quien pague la factura de la crisis,
si todos por igual, lo que no significaría avanzar a una sociedad
igualitaria, sino que cada uno mantenga las posiciones de partida, o
si unos la pagan más que otros. Para ello, imaginemos que la riqueza
es una gran tarta. Veamos si continúa igual de repartida que antes,
con independencia de su tamaño. Esta comprobación no es una
quimera, ni se ha de recurrir a apreciaciones subjetivas para saldar
agravios. Las cuentas que realiza el Estado, por medio del Instituto
Nacional de Estadística, permiten saberlo con cierta claridad.
Desde
que comenzó la crisis (fijamos como fecha de arranque el verano de
2008) hasta ahora, lo que gana el conjunto de los asalariados ha
disminuido un 8,7 por ciento. Sin embargo, y pese a la crisis, lo que
ganan las empresas ha aumentado el 1,7 por ciento. Significa que el
trozo de la tarta de los que viven de su sueldo se ha hecho más
pequeño y la de los que contratan a los asalariados, el de las
empresas, se ha hecho un poco mayor.
Tampoco han logrado tanto, podríamos pensar, para lo mucho que han
disminuido los ingresos de los asalariados. Pero sí supone bastante,
si tenemos en cuenta que la tarta se ha hecho más pequeña y el
trozo empresarial más grande pese a ello. Lo vemos con números. Las
empresas se llevaban al comienzo de la crisis el 42 por ciento de la
tarta. Ahora se llevan casi el 45 por ciento. El cambio en el reparto
todavía no es muy grande, por lo que hay que insistir en ello.
¿Tiene
esto algo que ver con la política económica? ¿Guarda esto mucha
relación con la política de austeridad y reformas? Los mismos
números dejarán claro que sí.
El coste de la crisis no se ha pagado siempre igual.
Dividimos la hecatombe en que estamos sumidos en dos tramos: antes y
después de la política de austeridad y reformas.
Entre
mediados de 2008 y mediados de 2010 las ganancias de los asalariados
habían caído un 4,4 por ciento. Y las ganancias de las empresas
habían bajado más aún: casi el 7,5 por ciento. No podía ser. No
era posible que los que contratan trabajadores y habían visto crecer
sus ganancias más que estos durante la prosperidad, ahora hubiesen
de repartir con ellos la carga de la desgracia. Era una constante
aquí y en todas partes.
Las
cosas cambiaron. La política económica tomó otra calle que parece
interminable, porque aún seguimos en ella. ¿Era posible que las
cosas fueran a peor? Sí lo era. Pero no para todos. Vino la
austeridad. Esa que aun permanece como un mandato supremo y en la
que, el presidente de los empresarios considera bueno eso de que
“nos vamos a dejar la vida”. Veamos quién se la deja. Desde
mediados de 2010 hasta ahora, las ganancias de los asalariados han
caído ligeramente más que en el anterior periodo de la crisis: un
4,5 por ciento. ¿Y las ganancias de las empresas? ¡Han crecido...
un 10 por ciento!
De
acuerdo con el aserto del presidente de los empresarios parece
claro quiénes se dejan la vida y quiénes se llevan la bolsa.
Esto
no se refleja en una sola estadística. El mismo organismo publica
también cada trimestre cómo marchan las rentas, las ganancias, de
las familias y de las empresas. También del Estado y del conjunto de
las administraciones públicas. Ahora
las ganancias de las familias son un 6 por ciento menores que cuando
comenzó la crisis. Las
empresas disponen de casi un 74 por ciento más de renta. Y las
administraciones públicas han sufrido un adelgazamiento como
ninguno: Su renta disponible es ahora un 32 por ciento menor que
cuando se desató la crisis.
La
explicación primaria de ese nuevo reparto de la tarta parece
evidente. Han perdido su empleo más de tres millones de personas.
Ello, acompañado de una moderación salarial, ha provocado una caída
del conjunto de los salarios. Se podrá argumentar que el salario
individual no ha caído. Sí lo ha hecho, porque ha crecido menos que
los precios. Pero además, lo cierto es que lo
que obtiene el conjunto de los asalariados para mantenerse en
conjunto ha disminuido. ¿Y
por qué a partir de 2010 no les ha pasado lo mismo a las empresas,
al conjunto de las empresas, si estamos en crisis? Pues porque el
conjunto de las empresas se ha aprovechado de la pérdida de empleo.
Pero
esto no durará siempre, se podrá pensar. En el momento en que se
supere la crisis y los parados encuentren empleo, volverá la
situación de antes, esa en la que las empresas ganaban más, pero a
los trabajadores no les iba mal, porque también aumentaban su
ganancia a buen ritmo. ¿Seguro que se
restablecerá el orden anterior?
Eso podría ser cierto si lo que estuviese ocurriendo fuese
coyuntural. Es decir, no hubiese cambiado nada más. Pero no es así.
¿No hemos oído hablar de las reformas estructurales? ¿Qué
reformas? La laboral, la de los impuestos, la de reducción de los
servicios públicos, la de las pensiones, la de la administraciones
públicas. También la de la Constitución, aprobada por sorpresa en
septiembre de 2011. Ésta es la más grave, porque ata al Estado para
que no pueda equilibrar las desigualdades mediante el gasto público.
Y sobre todo, porque antepone el derecho del acreedor del Estado a
cobrar por encima de la protección pública de los ciudadanos.
La situación salarial y de derechos anterior no volverá si se
asientan esas reformas.
Los
ciudadanos deberán entonces costearse todo lo que el Estado ha
dejado de darles y dispondrán de ganancias más reducidas. ¿Cómo
podrán las empresas venderles sus productos y sus servicios, para
seguir ganando? Ese es el problema. Pero la solución ya está
inventada, se ha practicado antes: prestándoles dinero. Esa es la
tarea de los bancos. Por eso los bancos deben estar saneados de
nuevo. Y estos, ¿de donde
lo sacarán? Las posibilidades siguen intactas: lo podrán sacar como
antes. Podrán transformar esos préstamos en títulos con los que
se especula en los mercados financieros, en todo el mundo. El dinero
de ese modo se reproduce a sí mismo. Y vuelta a empezar.
Dicen
que las crisis son épocas de grandes oportunidades... para quien las
sabe aprovechar. La descrita puede ser una vía. Pero hay otras. Todo
depende de los ciudadanos.
Muy interesante y revelador. las empresas se han beneficiado de los despidos... y de la desaparición de muchas empresas que no ganaban dinero, supongo.
ResponderEliminarBien pensado, ese debe de ser el problema del sistema y de los gobiernos bussines frendly, que las personas que dejan de ser viables o productivas no desaparecen
El problema es que las empresas quieren menos trabajadores y pagarles menos, pero a la vez necesitan consumidores a ls que venderles lo que producen. Y en conjunto los trabajadores son los mismos que los consumidores
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