"El secreto de ser aburrido es decirlo todo"

Voltaire.

domingo, 20 de abril de 2014

EFECTOS ADVERSOS. La deflación (I)

Si los asalariados ganan poco, cualquiera que quiera venderles buscará bajar el precio para conseguirlo. En la vida social, si uno compra más barato otro ingresará menos. Y si continuamos, cuando una empresa ingresa menos, buscará pagar menos a sus trabajadores.
“La prosperidad mal entendida, puede ser la causa de las peores adversidades”.
Daniel Defoe.
Robinson Crusoe.


A  la economía de la Zona Euro se le ha diagnosticado una posible patología que hasta ahora no había padecido. Y España es uno de los países donde se describen los mayores síntomas. Hablo del riesgo serio de deflación, de que entremos en un periodo de bajadas generales y continuas de precios.
No me dedicaré a pronosticar si esto se va a producir o no, sencillamente porque no lo sé. Y la experiencia me ha dicho que los que lo hacen tampoco. Si es así, ¿por qué la preocupación por semejante fenómeno? 
En primer lugar, el riesgo se percibe porque la deflación es el mal de las economías que han sido sometidas al tratamiento que han recibido y viene recibiendo España y muchos de los países de la Zona Euro. En concreto la austeridad económica y la llamada devaluación salarial. La austeridad se centra, dicen las autoridades, en la determinación de que el Estado, las comunidades autónomas y los ayuntamientos restrinjan su gasto. En España, estas instituciones públicas hacen el 45 por ciento de todo el gasto del país, luego esa austeridad, de hecho afecta a casi la mitad de la economía. La otra parte de la receta, la devaluación salarial, consiste en rebajar los sueldos de los trabajadores. Y lo cierto es que ambas cosas: el Estado y salarios, son los que compran la grandísima mayoría de lo que España produce.
El mecanismo es claro: si el Estado quiere gastar menos forzará a los que compra  o encarga trabajos a que se los vendan o hagan más baratos. Es lo que haría cualquiera si estuviese en su mano. Si los asalariados ganan poco, y muchos de ellos menos que poco, por estar en paro, cualquiera que quiera venderles buscará bajar el precio para conseguirlo. Todo esto sería muy bueno para uno solo. Pero las cosas no son así. En la vida social, si uno compra más barato otro ingresará menos. Y si continuamos, cuando una empresa ingresa menos, buscará pagar menos a sus trabajadores. Si esto afecta al conjunto, esa empresa deberá también vender sus productos más baratos, porque los trabajadores de otras empresas también habrán visto reducir sus salarios y sólo podrán comprar si les bajan los precios. Ese es el circuito que provoca un empequeñecimiento de toda la actividad económica.
Esos son los síntomas. Y eso explica que el Fondo Monetario Internacional en su último informe sobre la economía mundial señale que “en la zona del euro la inflación ha retrocedido de manera ininterrumpida desde 2011”. Rajoy y el ministro Montoro han venido interpretando públicamente que esto es un éxito de nuestra economía. No sé si lo han hecho como simple propaganda (es lo más posible) o por ceguera, pero el FMI añade: “En la zona del euro, en un contexto de débil recuperación el bajo nivel de inflación, así como en algunos países la presión deflacionaria, continúan siendo el principal motivo de inquietud”. Y luego señala a España como el único país con alto riesgo de deflación. En los demás, el riesgo  existe pero es menor.
En segundo lugar, vayamos a las consecuencias. ¿Qué ocurriría si los precios bajasen de forma generalizada y continua? Las consecuencias serían múltiples y ninguna buena.
Primero, las empresas deberían vender sus productos, o sus servicios, a un precio inferior al que esperaban. Eso deterioraría su negocio. Por ejemplo fabricarían un producto, por el que no irían a obtener lo previsto. Les iría mal incluso si vendiesen. Y no se quedarían paradas: bajarían aun más los salarios o despedirían empleados si tuviesen margen. Además, correrían el peligro de producir en el futuro a unos costes sin saber si no les quedaría otra  salida que vender luego más barato. En ellas  se instalaría la incertidumbre.
Segundo: Las personas con posibilidades de comprar productos duraderos, como un coche, sustituir el ordenador o renovar sus muebles, posiblemente esperarían ante la posibilidad de que en el futuro fueran más baratos.  En contra de lo que pueda pensarse, se desalentaría cierto consumo.
Tercero. Las deudas aumentarían de hecho para el que las tuviese. Supongamos que alguien, el Estado, una empresa o un particular, debe 100.000 euros. Si los precios bajasen el uno por ciento pasarían a suponer 101.000 euros en términos reales, de valor  real  de ese dinero. Al que los debe le costaría mil euros más devolver el préstamo. La deflación es mala para el que debe dinero y buena para el que le deben. En España, el Estado, pero también las familias y las empresas, tienen deudas importantes que con la deflación engordarían, exactamente lo contrario de lo que ocurriría  si hubiese inflación.
Cuarto. Al que tiene dinero le alienta para que lo atesore sin invertirlo en una actividad productiva. Sin arriesgar ese dinero en un negocio verá como cada vez vale más, porque las cosas que puede comprar con él valen menos. La deflación fomenta el dinero ocioso o prestado sólo a un interés fijo.

¿Cómo responder por tanto ante el riesgo de deflación? El Fondo Monetario Internacional, y numerosos economistas han pedido al Banco Central Europeo que actúe. Éste, como todo banco central, es el responsable oficial de preservar el valor del dinero. Por eso tiene encomendado  evitar que haya excesiva inflación. Ésta reduce el valor del dinero. Pero no se plantea hacerlo de manera total. El crecimiento económico va inevitablemente acompañado de cierta subida de los precios. Por ello el Banco Central Europeo establece que lo adecuado para combinar la estabilidad de la moneda y el crecimiento es que los precios suban ligeramente por debajo del dos por ciento anual. Por encima de ese porcentaje deberá actuar para impedirlo ¿Y por debajo de él? Si nos creemos esa regla de la estabilidad del dinero, también debería actuar. Los precios vienen subiendo en la Zona Euro claramente por debajo del objetivo desde hace al menos ocho meses y la cosa va a más. Mario Draghi, presidente del BCE, ha anunciado ya que actuaría. Pondría más dinero en la economía. ¿Sería eso suficiente? ¿Es dinero lo que falta? ¿O es que éste llegue a los que tienen que  gastarlo? La respuesta daría solución al problema. Pero su lectura seguida generaría otro: haría este artículo largo y pesado. Por ello lo dejo para uno posterior, que se podrá leer en unos días.

2 comentarios:

  1. Buen comentario, Emilio, sensato y equilibrado. Yo sólo le añadiría un efecto más: la caída de la recaudación de casi todos los impuestos (salvo los especiales de bases no monetarias) cuya base disminuye si caen los precios. Es otro efecto adverso más en un país con problemas de déficit: el nuestro.

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  2. Gracias. tienes razón, no he tenido en cuenta la caída de la recaudación tributaria como efecto añadido de la posible deflación.

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