Cuando se disparaba la inflación, el
Banco Central Europeo pedía a los gobiernos que controlasen el gasto y a los
agentes sociales subidas salariales
pequeñas. ¿No debería ahora pedirles más gasto y mayores salarios para
conjurar la deflación?
“El
consumo -para repetir lo evidente- es el único objeto y fin de la actividad
económica”
J.M.
Keynes
Ciertamente es una tarea arriesgada
elaborar una tesis que aparente solvencia con el propósito de defender, por ejemplo,
una política económica contestada o que responde a intereses sólo de una parte
pequeña de la sociedad. Es arriesgado, porque se corre el peligro de
contradecirse con el paso del tiempo. Y el caso de la deflación puede ser un
ejemplo. Hablamos de bajadas generales y continuas de los precios. .
Contábamos en el anterior
artículo que la deflación es el mal de las economías que han sido sometidas al
tratamiento que viene recibiendo España: la austeridad económica y la llamada
devaluación salarial. Por ello, se
explica que los que defienden ese tratamiento se hayan resistido a reconocer su
posible y grave efecto secundario. Si así fuese podrían verse en la obligación
de recomendar la suspensión de tal tratamiento. Eso explica el sinsentido
semántico de llamar a la deflación “inflación
negativa”, un contradiós que se parece a la expresión “avance estratégico
sobre la retaguardia”, utilizada por la
propaganda de los alemanes durante su huída de Francia tras el desembarco de
Normandía. Yo he escuchado o leído ese doble palabrejo absurdo al menos a dos
economistas prestigiosos de nuestro país.
Volvemos a las tesis
arriesgadas para defender una política económica. El 15 de mayo de 2013, Antoni
Espasa, para algunos la mayor autoridad económica de nuestro país en variación
de precios, escribía: “Deberíamos
observar más y mayores caídas de precios, lo que no habría que ver como un
peligro de espiral deflacionista, sino como un ajuste necesario para reavivar
la demanda.” Casi un año después, el pasado 29 de marzo, cuando esa política ha
provocado más y mayores caídas de precios, seguía sin contemplar una espiral
deflacionista, pero aseguraba: “el escenario de importante moderación de la
demanda es lo suficientemente preocupante como para que se consideren con
urgencia medidas que eviten la entrada en deflación”.
Otra
autoridad en la materia. Ángel Laborda, escribía en noviembre del año pasado: “Hay
que descartar la deflación...Es la devaluación interna a la que muchos se
resisten. Una medicina amarga, como la de reducir la deuda, pero no hay más
remedio que tomarla. Tomar falsos atajos o medidas en contra solo serviría para
prolongar la crisis”. Cuatro meses más tarde, el mes pasado, era igual de
rotundo, pero en otros términos, “Se publicaron dos indicadores de precios, que
de nuevo nos hicieron pensar en la temida deflación…Variaciones de los precios
tan bajas o negativas no ayudan a salir de la crisis”.
Esto
no tiene por objeto señalar contradicciones. Tampoco valorar pronósticos. Sigo
sin saber si habrá o no deflación persistente. Me he referido a lo anterior para
hablar de las medidas que se emplean para evitarla. Ese era el objetivo.
El
Banco Central Europeo ha dicho ya que hará todo lo necesario para conjurar el
riesgo de deflación. No lo ha hecho aún. Hay quien estima que el solo
anuncio de que actuará evitará la deflación. Lo dicen porque interpretan la
variación de los precios de consumo del mismo modo que la variación de los
precios de la bolsa. Estos suben y bajan en función de expectativas, no de
hechos reales. En la bolsa es la especulación el motor principal que hace variar
los precios. Pero en el consumo es sobre todo el poder de compra del consumidor
el que determina que el precio suba o baje. Y no acierto a comprender cómo una sola
promesa del presidente del Banco Central Europeo puede
llenar los bolsillos de un asalariado y
consumidor español.
Pero pasemos de los anuncios
a los hechos. Para contrarrestar el peligro de deflación, el BCE tiene varias
actuaciones posibles. La primera es
bajar aún más el tipo de interés que pone a los bancos para prestarles
dinero. Ahora es el 0.25 por ciento. Podría llegar a no cobrarles interés. También podría cobrar a los bancos por el
simple hecho que guarden su dinero en el BCE sin usarlo, como hacen en gran
medida, ahora sin coste alguno. Podría
hacer préstamos masivos a esos mismos bancos, más allá de lo mucho que ya
les presta. Y el último paso: el que
dio Estados Unidos, Japón o el Reino Unido. Comprar títulos de deuda pública. Al cambiarlos por dinero fresco,
aumentaría la cantidad de euros en la economía. Esto último es lo que
llaman “medidas no convencionales”, porque no figura en el protocolo asiduo de
los bancos centrales, es algo excepcional. Todo
en suma con el objeto de que haya más dinero disponible. La duda es si ese
dinero estaría disponible para el que debe consumir y evitar la deflación.
Y aquí volvemos al comienzo,
el consumo lo hacen preferentemente los
ciudadanos, en su mayoría asalariados, y estos tienen restringido su acceso al
dinero por varias vías. La primera restricción viene de su salario,
congelado o reducido. La segunda, de la reforma laboral. Esta, además de
propiciar la devaluación salarial, ha hecho que quien pierde el empleo tenga
garantizado menos dinero de indemnización. Eso significa que ha visto reducida su solvencia para conseguir dinero prestado
de un banco. Y la tercera restricción es el desempleo de larga duración. Si
estar en paro dificulta el consumo de una persona, estarlo durante mucho tiempo
lo dificulta mucho más. Y el paro de larga duración aumenta de manera
galopante. En los últimos dos años ha aumentado el 27 por ciento, casi tres
veces más que el paro en general. Y lo sigue haciendo todavía. Ahora representa
la mitad de todos los desempleados. Hace dos años era el 44 por ciento.
Mientras, los que cobran un subsidio, que iría inevitablemente al consumo, se
reducen mes a mes. En 2011 recibían subsidio el 74 por ciento de los parados.
Ahora, sólo el 61 por ciento.
Pero el consumo lo hacen
también el Estado, las comunidades
autónomas y los ayuntamientos. Y tienen
igualmente restringido el gasto. En su caso no sólo por el simple procedimiento
de adquirir menos cosas o encargar menos trabajos, sino además practicando la
deflación forzosa: dado que se trata del primer consumidor del país, puede
imponer precios más bajos.
Si
el Banco Central Europeo pusiera más dinero en la economía, no aseguraría que éste
llegue a los que consumen, por lo que hemos explicado. Hay otras medidas. En alguna ocasión,
cuando los precios subían en exceso el Banco Central Europeo ha pedido a los
gobiernos de la Zona Euro que controlasen el gasto para combatir la inflación.
La razón es la que he comentado antes, pero en ese caso en sentido contrario. ¿No debería ahora pedir que aumenten su
gasto para evitar el riesgo de deflación? Al tiempo, solicitaba a empresas
y sindicatos que pactasen subidas salariales que no incentivasen la espiral
inflacionista. ¿No debería ahora
pedirles que pacten incrementos salariales que eviten la espiral deflacionista?
Pero muy posiblemente
topamos con lo dicho al comienzo: actuaciones con aparente solvencia con el
propósito de defender una política económica contestada o que responde a
intereses sólo de una parte pequeña de la sociedad.
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