Un techo de gasto no asegura un suelo
de ingresos. Antes al contrario, en una situación de crisis la
austeridad contribuye a la caída de la recaudación. Sólo se
conseguirá hacer imposible que el Estado redistribuya la riqueza
mediante el gasto social.
“Yo
podía observar las pequeñas cosas que ocurrían a mi alrededor,
pero era incapaz de unir las piezas de aquel rompecabezas”.
David Copperfield.
Charles Dickens.
No
hace mucho tiempo escuché al ministro de Hacienda, Cristóbal
Montoro, hablar con orgullo del techo de gasto, un procedimiento de
control presupuestario que había implantado España antes que ningún
otro país. De hecho, lo implantó el propio Montoro siendo ministro
de Hacienda en los años de Aznar. El
procedimiento vendría a ser el “huevo de Colón” de la técnica
presupuestaria.
Consiste en establecer, antes de elaborar el presupuesto, un límite
de gasto que no podrá sobrepasarse. ¿Cómo es posible que los
otros países no recurriesen hasta ahora a este sistema para evitar
que los gastos se disparasen por encima de lo previsto si había un
método tan elemental? Con lo fácil que es.
Comprobemos
si esa “piedra filosofal” contra el déficit público ha valido
para algo. El primer año en que se aplicó el invento fue en los
presupuestos de 2003. Se estableció que no habría déficit en el
conjunto de las Administraciones Públicas. Esto es, el déficit
conjunto del Estado, la Seguridad Social, las Comunidades Autónomas
y los Ayuntamientos sería cero. Lo cierto es que no se cumplió: fue
de 0,3 por del Producto Interior Bruto. Y las cosas iban entonces muy
bien. En la etapa de abundancia tampoco hubo déficit cero y el
superávit fue muy superior al esperado. Sobraba dinero a espuertas.
En la crisis, volvió el déficit.
No
cuento esto para criticar que los objetivos no se cumplieron. Lo
hago para evidenciar que para conseguir el equilibrio presupuestario,
es decir, para que lo que el Estado gaste sea igual a lo que
recauda, no sirve de nada ese “ingenuo” techo de gasto. De hecho,
España, el país que implantó hace ya nueve años el techo de
gasto, ha figurado entre los que han registrado más déficit cuando
ha llegado la crisis. Da
la sensación de que entonces, como ahora, se les olvidó asegurar un
suelo de ingresos.
Parece
muy razonable a primera vista que si una persona tiene 100 euros no
se gaste más de 100 euros. Que no gaste más de lo que tiene. Es un
aserto que se repite de vez en cuando y que el presidente Rajoy ha
pronunciado más de una vez con su perogrullismo habitual. Sin
embargo, tal simpleza es dudoso que sea correcta siempre en el caso
de un individuo. Si fuese así, el sistema crediticio sería
innecesario y pernicioso. Y las autoridades, lejos de sanear los
bancos para que se concedan créditos, deberían prohibirlos. En
cualquier caso, es aceptable que alguien de manera individual
practique esta máxima si le es posible. Y seguro que le irá bien.
Pero en economía lo
que vale para uno no vale para el conjunto: que una persona renuncie
a comprar le evitará gastos, pero si todas las personas hacen eso,
ninguna ganará. No hay que olvidar que lo que el comprador no gasta
es lo que el vendedor no gana.
Pero
volvamos a lo del techo de gasto. ¿Por qué con él no se consigue
el equilibrio presupuestario? Pues porque eso, en el caso de
cumplirse, sólo asegura que no se incremente el gasto más de lo
presupuestado. Pero
no garantiza en absoluto que el Estado ingrese con los impuestos lo
previsto para lograr ese equilibrio.
Pero hay más, el presupuesto público no es algo estático y
aislado, como pudiera ser el de una comunidad de propietarios. Los
gastos del Estado, las Comunidades Autónomas y los Ayuntamientos
representan una parte decisiva del conjunto de gastos de todo el
país. Y aquí se cumple el evidente principio de que lo
que el Estado y demás administraciones públicas se gastan es lo que
una parte enorme del país ingresa.
O lo que es lo mismo,
como decía en el anterior párrafo, lo que el Estado no gasta es lo
que los demás no ganan.
Podemos
seguir con el argumento. La
recaudación del Estado mediante los impuestos no cae del cielo. No
es ni más ni menos que una parte de las ganancias de los ciudadanos
y las empresas. Y estas dependen entre otras cosas de lo que gasten
las administraciones públicas. Y mucho más en época de crisis,
como ahora.
Los ciudadanos gastan poco porque sus salarios se han reducido, en
conjunto. En el último trimestre de 2011, los sueldos totales de los
asalariados bajaron un 2 por ciento. Mientras, las ganancias de las
empresas subieron casi el 7 por ciento. Es una constante que viene
desde hace dos años. A esa pérdida de dinero, los ciudadanos añaden
el temor a ser despedidos. Un temor que se acrecienta con la reforma
laboral: es más fácil despedir, se llevarán menos dinero de
indemnización si les echan y sobre todo la empresa puede bajar
libremente los sueldos. La conclusión: no se atreven a gastar más
que lo necesario.
Las
empresas tampoco se deciden a invertir. No les conceden crédito,
pero ese no es el único ni el principal impedimento. El sentido
común les dice que sólo ampliarán el negocio y contratarán más
trabajadores si tienen expectativas de vender lo que producen. Eso
explica que la inversión empresarial haya caído en el último
trimestre de 2011 el 6 por ciento. Ello, a pesar de que han aumentado
sus ganancias.
Todo
este tedioso argumento es el que explica que de nada sirva el techo
de gasto para controlar el déficit. Este sólo puede reducirse con
la actividad económica, que asegura los ingresos del Estado. Y si
ciudadanos y empresas no están en condiciones de hacerlo, es el
Estado el que puede impulsar la actividad por decisión política.
Para
ejemplo, hablemos de las
Comunidades Autónomas. Han sido señaladas como las culpables de que
el año pasado no se haya reducido el déficit. Se las acusa de haber
gastado más de lo debido. Pero esto es simplemente una falacia de
quienes conocen las cifras.
Y una papanatería de quienes sin manejar un solo dato se suman al
coro. Veamos: en 2011 las Comunidades Autónomas gastaron un 4 por
ciento menos que en el anterior. Y casi un 2 por ciento menos de lo
que habían previsto para ese año. ¿Cómo se incrementó su
déficit? Pues sencillamente porque sus ingresos mediante los
impuestos cayeron más aún. Ingresaron un 6 por ciento menos que un
año antes. Y casi un 9 por ciento menos de lo que habían previsto.
¿Por
qué se insiste pues en acusarlas de despilfarro en lugar de
reconocer que la caída de la actividad económica ha hundido sus
ingresos? Sólo hallo una explicación: su dinero se dedica en gran
mayoría al gasto social.
No sólo es el gasto que más ayuda a los desfavorecidos. Es más que
eso, es el gasto que equilibra las desigualdades y hace a una
sociedad más equitativa. ¿Cómo? Cobrando más impuestos a los que
más tienen y repartiendo ese dinero entre todos, al menos por igual,
e incluso dando más a los que menos tienen y más lo necesitan. Se
hace a través de la sanidad pública, la educación, la
dependencia...
Un
techo de gasto no asegura un suelo de ingresos. Antes al contrario,
en una situación de crisis, como hemos visto, la austeridad
contribuye a la caída de la recaudación. Así será muy complicado
reactivar la economía y por tanto reducir el déficit.
Sólo
se conseguirá una cosa: hacer imposible que el Estado redistribuya
la riqueza mediante el gasto social.
¿No será ese el
objetivo?
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