Ahora se reniega de los
brotes verdes, pero se habla de forma muy parecida. La recesión misma y sobre
todo las políticas aplicadas han afectado al esqueleto económico, hasta dejarlo
inerte.
“Páramo que cruza el lobo aullando a la luna clara..."
Antonio Machado
La expresión brotes verdes
no la inventó Zapatero. Tampoco nadie de su equipo, ni de su gobierno. La leí
por primera vez en un informe de Barclays Bank, en la primavera de 2009. Y no
hacía referencia a España. Ni siquiera a Europa. Aventuraba que ya por
entonces se detectaban los primeros
síntomas de recuperación en la economía, cuando el mundo entero estaba azotado
por una crisis global. Era Asia donde el autor del informe situaba esa tímida salida
de la Gran Recesión. Poco tiempo después,
la entonces vicepresidenta de economía,
Elena Salgado, cometió la torpeza de emplearla. Desde entonces ha pasado a ser
sinónimo de incredulidad en la recuperación.
Sin embargo, España, por
aquel entones, no tardó mucho en salir
de la recesión de acuerdo con esa regla tan dudosa que proclama su fin
cuando el Producto Interior Bruto crece
un trimestre respecto al anterior. En el
primer trimestre de 2010 la economía creció un 0,1 por ciento respecto al
trimestre previo. El siguiente volvió a crecer, el 0,2 por ciento. Incluso, de
los tres trimestres siguientes, en dos creció de nuevo y en uno tan sólo se
estancó. ¿Tiene alguien la sensación de
que por aquellas fechas la economía se hubiese recuperado? ¿Alguien piensa
que se estaba implantando un cambio de modelo?
Traigo esto a colación para
hablar del presente. Ahora se reniega de
los brotes verdes, pero se habla de forma muy parecida.
Sin embargo, en mayo de
2010, España, con su presidente del Gobierno a la cabeza, temía ser intervenida
porque la prima de riesgo había escalado hasta los 164 puntos. Ahora el
gobierno se felicita porque ha caído hasta los 253. Entonces el déficit público
había llegado al 11,2 por ciento del PIB. Se consideraba insostenible y se
aceptó como inevitable aplicar un duro recorte del gasto público. Tres años de ajustes, cada uno más duro que
el anterior, han dejado el déficit público casi como estaba. Se sitúa en el
10,6 por ciento.
Esa exigua reducción de
déficit, de tan sólo 0,6 puntos, no ha sido inocua. En el tercer trimestre de
2010, 18,5 millones de personas tenían empleo, podían pagar, por tanto, su impuesto
sobre la renta y su cotización a la Seguridad Social. Hoy lo tienen 16,8 millones.
Son casi dos millones menos.
Los
últimos datos sobre paro y empleo, que el Gobierno ha explicado como un cambio
de tendencia y algunos comentaristas de la actualidad han creído, no indican
recuperación, sino acomodación a la crisis. En el segundo
trimestre, según la Encuesta de Población Activa, se crearon 149 mil puestos de
trabajo respecto al trimestre anterior. Pues bien, la totalidad de ellos fueron
empleos temporales, incluso más, porque al tiempo se destruyeron 50 mil fijos.
Se trata de un periodo en el que hoteleros y negocios del sector turístico
contratan para atender la temporada de sol y playa. Si en esta ocasión han
contratado más es porque tienen sus empresas bajo mínimos. Pero tal abrumadora
temporalidad, superior a la de otras temporadas, hace sospechar que pasado el
sol retornará el frio. De hecho, este año hay 34 mil empleados menos que el
pasado en el turismo de los brotes verdes. En agosto por su parte se han
despedido menos trabajadores que en 2012. La explicación es sencilla: no se puede destruir el empleo que ya no
existe.
Es el hecho más relevante,
pero hay otros.
El
crédito a las empresas. Es una necesidad para la recuperación.
Pero es sobre todo un indicador de la recuperación: cuando las empresas
detectan posibilidades futuras de vender, arriesgan dinero para desarrollar sus
negocios, es decir, invierten. El dinero se lo piden prestado a los bancos.
Estos sólo lo prestan cuando detectan
que en el futuro se lo devolverán. Y más ahora después de la que montaron años
atrás. Pues bien, tomamos el último mes que figura en el Banco de España,
julio. El dinero prestado a las empresas ha descendido un 15 por ciento
respecto al malísimo año pasado. Y así mes tras mes. Los bancos, cuyos presidentes se suman
al mensaje de que la recuperación está cerca, actúan con el dinero que
manejan en sentido opuesto. No parecen confiar en que las empresas van a vender
más para devolvérselo.
La
actividad industrial. Es clave para la recuperación. No sólo
porque por su naturaleza es la actividad más estable, sino porque en ella debe
apoyarse nuestra capacidad para exportar. Tras una tímida recuperación en 2010
y 2011, no ha parado de caer: este año se produce un 2,7 por ciento menos que el pasado, tras 25
meses de retroceso. Los pedidos
industriales, que indican lo que se producirá en el futuro, cayeron en junio un
4,3 por ciento, el peor dato ese mes de los últimos años. Y de las fábricas, las que quedan abiertas tienen el 26
por ciento de las mismas sin utilizar por falta de trabajo.
Recientemente en la Cadena SER, la directora de Hoy por
Hoy, Pepa Bueno, preguntaba al ministro de economía, Luis de Guindos, en qué
podrían emplearse los 6 millones de parados. “En el sector exterior”, aseguró
el ministro, y citó al sector del automóvil como ejemplo. Miremos los datos.
Las fábricas de automóviles y de componentes han perdido 10 mil trabajadores
respecto al malísimo año pasado. “La consultoría”, añadió el ministro como otro
sector donde colocarse: ahora trabajan 9 mil personas menos que en 2012.
El gobierno y algunos
analistas señalan a las exportaciones
como muestra de la recuperación. Y podríamos decir que al contrario, es
precisamente el indicador de la crisis. Las ventas al extranjero han subido con
fuerza en los últimos años. Pero es un fenómeno que ocurre siempre que hay
crisis. Los fabricantes buscan vender fuera lo que aquí no se compra. Y ni en 2012, ni en 2013 se ha notado cambio
de tendencia alguna. De hecho las ventas al extranjero han crecido menos que en
años anteriores. Ha mejorado nuestra relación económica con el exterior.
Pero no ha sido por vender mucho más, sino por comprar mucho menos en el
extranjero, síntoma inequívoco de crisis. Es tal la atonía del consumo y la
inversión, que no se compra lo de
dentro, ni lo de fuera. Las
exportaciones, en suma son un sustituto en ese a caso de la parálisis interior,
pero que no la compensa: mientras la actividad interna cae el 3,6 por
ciento, la externa sube sólo el 2 por ciento.
En economía, como en casi
todo en la vida, los hechos y los datos son acumulativos, por más que, para
organizar nuestra mente los podamos periodificar. Pero eso no vale para pensar
que cuando un año cae la economía, finalice allí el declive y al año siguiente
partamos de cero. Esto significa que el destrozo de 5 años de crisis, no se resume en un cúmulo de cifras coyunturales.
La recesión misma y sobre todo las
políticas aplicadas han afectado al esqueleto económico mediante cierre de
empresas, que costaron años consolidarse, pérdida de derechos laborales,
necesarios no sólo por justicia, sin para que el asalariado tenga confianza
para consumir, o el abandono del Estado, comunidades autónomas y ayuntamientos,
de obligaciones para facilitar el
crecimiento: desde la ejecución de obras públicas y el apoyo a la
investigación, hasta la mejora de la educación y la atención sanitaria.
Lo descrito hasta aquí ha
sido el paso de los brotes verdes, en que nadie creyó, a la tierra estéril sobre
la que se quiere proclamar el fin de la crisis.
¡Vaya repaso, Emilio!
ResponderEliminarMuy clarificador Emilio. Deberías aprovechar una rueda de prensa para pasar el artículo al portavoz de turno del Gobierno y de paso a sus voceros.
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