"El secreto de ser aburrido es decirlo todo"

Voltaire.

lunes, 22 de septiembre de 2014

EL DOGMA.

La implantación del modelo neoliberal no sólo tuvo  como consecuencia el estallido de la crisis financiera. Trajo algo casi peor: la eliminación completa de cualquier otra forma de entender la política económica.  Hizo pensar a los ciudadanos que no hay otra alternativa, que la economía es así y no queda otra.
“Es sorprendente el número de tonterías que se pueden creer temporalmente si se aísla uno demasiado tiempo del pensamiento de los demás, sobre todo en economía”.
John M. Keynes.


El juego de las adivinanzas puede ser un recurso entretenido para matar el tiempo en un viaje o un recurso fácil e infalible de un programa de televisión. Pero también puede ser útil para sacar conclusiones, si la solución a cada pregunta resulta sorprendente, inesperada.  En ese caso nos puede hacer pensar.  Es esto último lo que pretendo. A eso vamos. Empezamos…¡ya!

Primera prueba.

“Con fines de socialización, el suelo, los recursos naturales y los medios de producción pueden ser situados bajo un régimen de propiedad colectiva o de otras formas de gestión colectiva por una ley que fije el modo y el monto de la indemnización”.

Hagamos un ejercicio de imaginación. ¿A qué pertenecen este párrafo? Es un precepto incluido en una constitución. ¿Cuál? La de Ecuador.  No, no es esa. ¿Tal vez la de Bolivia? Tampoco. Se trata del artículo 15 de la constitución alemana. La Ley Fundamental para la República Federal de Alemania. Ese es su nombre exactamente. Sí, la misma de la que proviene el poder de Angela Merkel. Obviamente no se ha incluido en ella tal cosa durante el mandato de la actual canciller. Su origen está en el de la propia constitución, en 1949. Estaba naciendo la nueva Europa, la que acordó el desarrollo  del Estado de Bienestar como signo de identidad y motor del crecimiento.

Sigamos jugando a las adivinanzas. Segunda prueba.

-Un país donde el tipo impositivo máximo, el que pagaban a Hacienda los que más ganan, era el 91 por ciento.

Resulta difícil ¿no?  Podría ser, por ejemplo, algún país con un gobierno populista. Pero no es así.  Era Estados Unidos. Y no un año de locura: entre 1951 y 1963. Fue el periodo de mayor crecimiento de la economía norteamericana y posiblemente el periodo de mayor prosperidad de la historia. De hecho, entre 1940 y 1980 el tipo máximo del IRPF en Estados Unidos no bajó del 70 por ciento. Los “confiscadores fiscales”, según la concepción tributaria neoliberal, fueron “populistas” tan significados como F. D. Roosevelt, Truman, Eisenhower, Kennedy, Johnson, Nixon, Ford y Carter. La involución conservadora de Reagan dio al traste con el modelo que había sido objeto de consenso en Estados Unidos y en Europa.

Pasamos a la tercera prueba.

-Pensemos en otro país. Allí tienen nacionalizada la electricidad. También la principal compañía aérea, la empresa que da servicio telefónico a toda la nación y las que suministran el agua. Además es propiedad del Estado la primera siderúrgica, que representa el 90 por ciento de la producción del país.  Está nacionalizado el transporte interurbano por autobús y por supuesto los ferrocarriles y los aeropuertos. Pero, no sólo eso, son del Estado la primera empresa de fabricación de automóviles y la compañía que ejerce de hecho el monopolio del petróleo, entre otras muchas.

A estas alturas del juego nadie cae ya en la trampa de pensar que se trata de un régimen bolivariano. Pero, podría ser…¿alguna dictadura populista y atrasada? No. Tampoco. Hablamos de Gran Bretaña, entre 1950, en realidad bastante antes,  y 1979. En ese año accedió al poder la involución conservadora, con Thatcher a la cabeza y vendió este capital público por 30.000 millones de libras. Sería para favorecer el crecimiento. Es el argumento empleado. Pues entre 1950 y 1979, en medio de tanta nacionalización, la economía británica creció más que en periodo posterior:   una media de 3 por ciento. Desde la ola privatizadora el crecimiento, que teóricamente justificaba la privatización en masa, ha sido menor: del 2,4 por ciento.

Son tres ejemplos de Alemania, Estados Unidos y el Reino Unido. Y  explican  que hay otras formas de organizar la vida económica. La implantación generalizada del modelo neoliberal con la irrupción de la Revolución Conservadora, que trajo Reagan y Thatcher, no sólo ha tenido las consecuencias que todo el mundo sabe, con el estallido de la crisis financiera en 2008. Trajo algo casi peor: la eliminación completa de cualquier otra forma de entender la política económica.  Hizo pensar a los ciudadanos que no hay otra alternativa, que la economía es así, con los pequeños matices que introduzca la alternancia política. Cualquier otra cosa, se hace ver, es voluntarismo insensato o populismo fácil, que pone en riesgo a los ciudadanos. El grave riesgo que los ciudadanos han asumido en cambio se materializó con la crisis y esa forma de entender la economía. Y no sólo se transmitió este dogma a la gente de la calle. Las facultades de economía arrinconaron otros modelos en sus enseñanzas y la mayoría de los economistas aceptaron el dogma. Tanto es así que se le bautizó con la expresión “pensamiento único”.

Los tres ejemplos citados son una sencilla muestra de que ese dogma del pensamiento único es una falacia.


Esto no ha sucedido sólo en los últimos 40 años.  John Keynes hacía referencia en 1936 al dogma económico de entonces, que con matices es el mismo que el actual, lo denunciaba y explicaba así la razón de su dominio incontestable: “le dio autoridad el hecho de que podía explicar muchas de las injusticias sociales y aparente crueldad como un incidente inevitable en la marcha del progreso, y que el intento de cambiar estas cosas tenía, en términos generales, más probabilidades de causar daño que beneficio; y, por fin, el proporcionar cierta justificación a la libertad de acción de los capitalistas individuales le atrajo el apoyo de la fuerza social dominante que se hallaba tras la autoridad

1 comentario:

  1. Un artículo magnífico, Emilio, y muy sorprendente. Es asombroso, lo fácilmente que tragamos los dogmas de los economistas neocons. Menos mal que Paul Krugman y tú ponéis las cosas en su sitio. Gracias.

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