"El secreto de ser aburrido es decirlo todo"

Voltaire.

domingo, 10 de marzo de 2013

PASTOR AETERNUS


“Cuando llegará, Señor, el día en que vengas a nosotros para reconocer tus errores ante los hombres”
                    El Evangelio según Jesucristo.                                                  José Saramago


En medio del vacío de la silla de Pedro, de noticias sobre quien la ocupará y de artículos y comentarios sobre los rasgos de los aspirantes al solio vaticano,  no puedo evitar mis propias reflexiones sobre el asunto. Son las reflexiones de un profano. Y producto de ellas me asalta un problema teológico que no consigo resolver. Lo expongo a continuación.

En breves días habrá nuevo Papa. No importa para este caso quien pueda ser el elegido, ni que nombre tomará para ejercer su pontificado. Desde el momento en que el anillo del Pescador adorne su mano derecha estará investido del primer atributo papal, la infalibilidad. Es un dogma que la doctrina católica atribuye en exclusiva al Vicario de Cristo desde tiempos remotos, pero que fue definido con claridad en el Concilio Vaticano I y plasmado en la Constitución Dogmática Pastor Aeternus el 18 de julio de 1870. “…enseñamos y definimos ser dogma divinamente revelado que el Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra, esto es, cuando ejerciendo su cargo de pastor y doctor de todos los cristianos, en virtud de su Suprema Autoridad Apostólica, define una doctrina de Fe o Costumbres y enseña que debe ser sostenida por toda la Iglesia, posee, por la asistencia divina que le fue prometida en el bienaventurado Pedro, aquella infalibilidad de la que el divino Redentor quiso que gozara su Iglesia en la definición de la doctrina de Fe y Costumbres. Por lo mismo, las definiciones del Obispo de Roma son irreformables por sí mismas y no por razón del consentimiento de la Iglesia”. 
 
Pensemos en que al poco tiempo de asumir la vacante dejada por Benedicto XVI, al nuevo Papa le acomete una crisis de fe. No es algo totalmente descartable. Además de Papa con todos sus atributos es un ser humano. Son muchas las personas que han vivido esta experiencia. Entre los laicos, pero también entre los sacerdotes. Muchos han abandonado la vida eclesiástica, por falta de vocación, pero otros también lo han hecho por pérdida de la fe. Millones de personas fueron educadas en la fe y la han abandonado con el paso del tiempo. Esta pérdida puede ser una relajación, un desinterés por el sentimiento religioso, por las creencias trascendentes. Pero puede ser otra cosa. La convicción, equivocada o no, de la inexistencia de un Ser Supremo. En este caso no se trata de una relajación en la fe. Es algo activo y consistente.

Es a esto último a lo que me refiero, que el Papa llegase, como otros seres humanos, a esa convicción. Su papel de maestro espiritual no le podría dejar indiferente. Si la creencia profunda en el Creador de todas las cosas le obliga a transmitir el mensaje de su fe. La convicción igual de profunda en la inexistencia de Dios, podría llevarle también  a dar testimonio de esa buena  o mala nueva.

No sería el primero en querer compartir el mensaje de que Dios no existe, pero ninguno hasta ahora, que sepamos, lo ha hecho investido por el dogma de la infalibilidad.

Llevado por la inmensa responsabilidad que ha asumido ante los seres humanos en el plano de las creencias, el Papa podría verse impelido “ejerciendo su cargo de pastor y doctor de todos los cristianos”, a proclamar, “ex cathedra”, que Dios no existe.  Si en el fondo de su ser esa fuese su creencia, la infalibilidad convertiría en su caso la creencia en certeza indudable y lo más honesto posiblemente sería revelarla.

Esta es la contradicción teológica que me planteo. Con  su atributo incuestionable de infalibilidad recibido desde su fe en Dios, el Papa podría proclamar, como infalible, la no existencia de Dios.

Se daría la tremenda paradoja de que, a través de la doctrina católica, se habría acabado con la creencia que más ha obsesionado al  ser humano desde tiempos ancestrales. En ese caso sólo un milagro podría evitarlo.

1 comentario:

  1. Bueno, Emilio, Unamuno se planteó este mismo argumento con menos ambición que tú, porque su protagonista no era un Sumo Pontífice, sino un humilde y entrañable cura que llega a la aterradora conclusión de que "no hay nadie al otro lado"; es el personaje de "San Manuel Bueno, mártir", que decide vivir con su torturante secreto para no escandalizar al rebaño... Tal vez el Pastor Aeternus hiciera lo mismo, aunque el antecesor de Benedicto no tuvo pelos en la lengua para declarar que el infierno no existe (y eso que ya había visitado España).

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